JOSEPH CONRAD, NOSTROMO: CÓMO INVENTAR UNA REPÚBLICA LATINOAMERICANA QUE SE PAREZCA A TODAS, PERO QUE NO SEA NINGUNA…

 

JOSEPH CONRAD, NOSTROMO: CÓMO INVENTAR UNA REPÚBLICA LATINOAMERICANA QUE SE PAREZCA A TODAS, PERO QUE NO SEA NINGUNA…


París, Francia, mediados de agosto de 2000. Una primera edición del Nostromo de Joseph Conrad estaba siendo subastada a través de un conocido sitio de Internet, a un precio razonable. Era la primera edición americana (1904)1, no la británica. Decidí esperar hasta el último minuto de la subasta y luego intervenir de repente, aumentando ligeramente la última oferta que estaba en la cola. 

No era un gesto de „caballero“, aunque estaba dentro de las "reglas del juego", por así decirlo. Y funcionó. Me vendieron el libro. 

 


Minutos después, llegó a mi dirección un correo electrónico escrito a toda prisa por el director de la biblioteca de una gran universidad estadounidense del sur de los EE. UU., a todas luces sufriendo de estrés e irritación. Que se había alejado de la pantalla de la computadora solo por un momento, para buscar una taza de té. Que había visto mi “última oferta”, y trató de mejorarla, pero fue en vano, ya era demasiado tarde. Que llevaban bastante tiempo buscando a este Nostromo, para completar su colección de primeras ediciones de novelas inglesas relevantes. ¿Sería tan amable de dentregarles ese ejemplar? Estaban dispuestos a añadir un “bono” a lo que tuve que pagar, más los gastos de envío, por supuesto, y, para no olvidarlo ni subestimarlo, la inmensa gratitud de esa institución de conocimiento y sabiduría para con este modesto escritor se escribiría con letras de oro.

Mi respuesta implicó que, si sucediera que la honorable institución no hubiera podido encontrar una copia similar en otro lugar, con placer habría de considerar la posibilidad de revender el (mi) “American”Nostromo.


                                                

             


                        (Portada y primeras páginas de la edición americana de 1904 de Nostromo)

Retrocedamos ahora en el tiempo a Río de Janeiro, Brasil, 1986. Aunque vivía en Kiel, Alemania Occidental, estaba en una misión en Brasil, reuniendo datos y entrevistando a personas claves para elaborar un gran estudio sobre la "futura competitividad” de algunas industrias del mayor país latinoamericano. Por lo tanto, vivía en São Paulo, aunque viajaba a menudo a Río de Janeiro y otros sitios industriales cercanos. El 29 de noviembre de ese año fui asaltado (por primera vez en mi vida) por una banda de ladrones jóvenes, estridentes, portando cuchillos, en la playa de Copacabana. Error mío, ya que nadie debería holgazanear al atardecer en un lugar así, con pantalones largos y otros atuendos propios de un europeo acomodado. Reflexionando sobre el incidente (penoso aunque no catastrófico), al día siguiente escribí en mi diario:

“30.11.1986. Rio de Janeiro. Mi habitación, sobre la cama hay algunos periódicos brasileños. Sobre la mesita de noche están mis libros, entre ellos el „Nostromo“ de Conrad, cuya re-visitación ahora empiezo con deleite.”

Cuatro días después:

“04.12.1986. Rio de Janeiro. Una semana de intenso trabajo (…) He llegado al final del “Nostromo” de Conrad. Una lectura gratificante. gran libro Una de las mejores novelas que he leído. Sigue vigente para América Latina hoy (…)”

Si Conrad había actuado de hecho como protector de este modesto poeta en aquellos días cariocas de Río de Janeiro, evitándome graves lesiones físicas, permanece una posibilidad intrigante. El incidente como tal no molestó mi concentración en Nostromo, todo lo contrario, pareció haber proporcionado el estímulo justo para saborear cada línea.


Joseph Conrad (nacido Józef Teodor Konrad Korzeniowski, *1857-†1924), sigue siendo, incluso en nuestra llamada época de "corrección política", uno de los novelistas más influyentes, en todo el mundo, que haya surgido entre el final del siglo XIX y principios del XX. Que Nostromo. A tale of the seaboard, 1904, (del italiano "il nuestro homo", "nuestro hombre") debe ser considerada como una de las mejores novelas inglesas del siglo XX, sigue siendo una evaluación plausible, rara vez cuestionada, ya aquí o allá. Fue escrito por un polaco (que en realidad nunca tuvo un pasaporte polaco), nacido en el seno de una familia nacionalista polaca en un lugar que ahora pertenece a Ucrania, pero que entonces formaba parte del Imperio Ruso. Por lo tanto, Conrad fue, hasta que adquirió la ciudadanía británica, un súbdito de la corona rusa. Y antes de convertirse en "británico", había sido una especie de "francés", aunque no un ciudadano legal, trabajando para la marina mercante francesa durante unos cuatro años, antes de unirse a la marina mercante británica.


(“Joseph Conrad y el nacimiento de un mundo global”, “mejor libro de 2017 según el New York Times”. Edición polaca del aclamado libro de Maya Jasanoff, título original, La guardia del alba: Joseph Conrad en un mundo global.)


De ahí la pregunta que surge repetidamente: ¿Estaba de hecho escribiendo literatura en su “tercera lengua”? Dejemos que esa discusión sea continuada por otros, en posesión de información más adecuada y perspicacia más penetrante. Preferimos sugerir la posibilidad de que Conrad utilizó todos “sus idiomas” para crear su propio inglés, el “Conrad-English”, que rara vez pasa desapercibido. A veces se detectan ciertos arcaísmos, emergen frases abstrusas, transpirando quizás la gramática y la sintaxis más complejas de las lenguas eslavas. En ocasiones se percibe una intensidad no inquietante pero evidente en la construcción mecánica de frases, propia de alguien que tuvo que consultar el diccionario con demasiada frecuencia. Y pidiera a otros que revisaran el texto.

Sin embargo, ninguna de esas peculiaridades afecta el placer de la lectura: La lava exhalada por el autor es de tal espesor que, en su descenso por la montaña, borra todos los obstáculos.

Como veremos, no sólo hay un inglés Conradiano, sino también un carácter literario Conradiano y la densidad Conradiana.

Un forastero (outsider) perenne, sin duda, desde que nació hasta que murió, quizás el outsider más ilustre, perceptivo, prolífico y pródigo de la historia de la literatura europea. Sin embargo, un outsider con dos antenas mentales, una “dentro”, la otra “fuera”. La primera aporta el “sentido del detalle”, un “toque de domesticidad, de hogareño”, la segunda el “amplio panorama”, el retroceso necesario para esculpir las figuras como un cirujano imparcial. La “exterioridad” también puede ser una “bendición disfrazada”, ya que proporciona al escritor una singularidad de alto quilate, una forma inconfundible de estar en litterae y hacer litterae. Sería arriesgado imitarlo, si alguno llegara a estar embriagado por tal tontería.


Y Joseph Conrad fue de hecho un escritor "a-parte", uno de los más influyentes de todos los tiempos. Basta mencionar a Graham Greene y John le Carré en lengua inglesa, Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y Augusto Roa Bastos en lengua española.

¿Qué tenemos en Nostromo? Empecemos con un párrafo que muestra toda la maestría de un autor que no olvidaba que, para ser un buen escritor, hay que ser también, al menos en ocasiones, un buen pintor:

Una hamaca india con flecos de Aroa, alegre con plumas de colores, había sido mecida juiciosamente en un rincón que reflejaba el sol temprano; porque las mañanas son frías en Sulaco. El racimo de flor de noche buena resplandecía en grandes masas ante las puertas de cristal abiertas de los salones de recepción. Un gran loro verde, brillante como una esmeralda en una jaula que destellaba como el oro, gritó ferozmente "¡Viva Costaguana!". Luego llamó dos veces melifluamente “¡Leonarda! ¡Leonarda! imitando la voz de la Sra. Gould, y de repente se refugió en la inmovilidad y el silencio.2

Nos encontramos así en la residencia de Elena Gould (Doña Elena), esposa del “Costaguanero” aunque muy inglés Charles Gould, el imponente, admirado, envidiado y respetado “man-in-charge” y dueño de “San Tomé”, murmurado por doquier como el verdadero “Rey de Sulaco”, una ciudad portuaria en la provincia “Occidental” de la República de Costaguana.

¿Cuándo sucede todo? En algún lugar entre finales del siglo XIX y principios del XX, aunque no se establece un flujo cronológico preciso. Las boyas están esparcidas por el océano textual, mostrándonos nombres y eventos que nos permiten tener una idea de la "época", sin duda después de Simón Bolívar, Garibaldi y Benito Juárez, hasta 1904. Pronto descubriríamos que no necesitamos un marco caprichoso impuesto por Cronos. Eso ya nos alerta sobre la calidad de la narración.

En su “Nota del autor”, formidable ejemplo de las dotes narrativas de Conrad, ya que puede considerarse el “primer capítulo” de la novela, pero también el “último capítulo”, Conrad construye un artificio pre-borgesiano3: la posesión de una fuente única . Develándose al mismo tiempo como el hombre que estuvo allí, y lo vio todo, lo que hace que “la voz del autor” en la novela sea casi invisible, inaudible:

Mi principal autoridad para la historia de Costaguana es, por supuesto, mi venerado amigo el difunto Don José Avellanos, Ministro en las Cortes de Inglaterra y España, etc., etc., en su imparcial y elocuente Historia de cincuenta años de desgobierno. Ese trabajo nunca fue publicado – el lector descubrirá el porqué – y de hecho soy la única persona en el mundo que posee su contenido.4


Pronto conoceríamos a “Nostromo”, el “incorruptible Capataz de cargadores”, el italiano Giovanni Battista Fidanza (nótese el parecido fonético con “fiducia”, fidelidad, confianza, “fidanza” lo mismo en italiano arcaico), llamado “Gian' Battista” por la familia italiana de Viola, encabezada por un viejo Garibaldino, un revolucionario exiliado que luchó con Garibaldi. Sus hijas están horrorizadas de que la gente en Sulaco y en otros lugares lo llamen “Nostromo”:

“¿Te refieres a Nostromo?” dijo Decoud.
“Los ingleses lo llaman así, pero ese no es un nombre ni para un hombre ni para una bestia”, dijo la niña, pasando su mano suavemente por el cabello de su hermana.
“Pero dejó que la gente lo llamara así”, comentó Decoud.
“¡En esta casa no!”, replicó la niña.
“¡Ay! Bueno, entonces lo llamaré el Capataz.”5


De ahí que esa entidad literaria (el lector notará que evitamos el uso de una “entidad o país imaginado”), ese lugar que se parece a todas las repúblicas latinoamericanas pero que no es ninguna, pronto a inspirará a otros, ya srea la Comala de Juan Rulfo, o el Macondo de Gabriel García Márquez. Sin embargo, los dos últimos son pueblos imaginados en un país inconfundible, mientras que la República de Costaguana podría ubicarse en cualquier lugar al sur de la frontera del Río Grande, hasta la Patagonia.

Conrad utilizó extensamente una bibliografía centrada en Paraguay y Venezuela, pero también en Colombia, Chile y México. Un movimiento “secesionista” al final de la novela recuerda la “secesión” de Panamá de Colombia en 1903. Esta fue la culminación de la Guerra de los Mil Días ( 1899-1902), una de las muchas guerras civiles entre “liberales” y “conservadores” que causaron estragos en Colombia y Panamá durante el siglo XIX. Una influencia muy relevante sobre la visión de Conrad de una república latinoamericana “imaginaria” provino de Robert Bontine Cunninghame Graham (*1852-†1936), quien vivió algunos años en Argentina y también visitó Paraguay tres veces. Por lo que hemos podido averiguar, el mismo Conrad navegó hasta algunas islas del Caribe y pudo haber tocado puerto en la costa este de América Central.




¿Podríamos aventurarnos a decir que esta novela es también, hasta cierto punto, “italiana”? No solo por su título, el papel clave de Giovanni Battista y la familia Viola. Elena Gould es “una dona inglesa italianizzata”, habiendo residido muchos años en Italia con una tía “que, años antes, se había casado con un marqués italiano empobrecido y de mediana edad”6. Y es en Lucca donde Elena conocería a su futuro marido, Charles Gould. La novela transpira constantemente el destino de los inmigrantes italianos, forzados o no, que intentan “fare l'America”, ya sea el “Garibaldino, Giorgio Viola, el idealista de las viejas revoluciones humanitarias”7, o Nostromo, una figura esculpida durante los viajes y estancias de Conrad en el Mediterráneo, particularmente en Córcega, que deja el barco para quedarse en Sulaco, atraído por el viejo Viola, “este es el lugar para hacer dinero”.

¿A qué se debe que un outsider decida “inventar “un país, en lugar de simplemente ubicar la historia en esta o aquella nación? Hasta cierto punto podría haber estado transfiriendo su propia vida fragmentada, multinacional, poliglota y aventurera al campo de la literatura, construyendo un topos ficticio con “pedazos y pedacitos” de diferentes partes del mapamundi. La República de Costaguana, como construcción amalgamada, recuerda la vida amalgamada misma de Joseph Conrad. Re-formulación: solo un outsider sería capaz de inventar un país así. Al mismo tiempo, tal dispositivo ofrece al autor un “espacio de maniobra” mucho mayor, borra inhibiciones potenciales, otorga una meseta más amplia donde uno puede dar rienda suelta a la imaginación, dejarla que se desenfrene.

La contrapartida de Nostromo, su “asociado” en el otro extremo de la escala social, es Charles Gould, “el Creador-Idealista de Intereses Materiales”8 “Idealista” y “materialista” aparecen bastante a menudo en la novela, para categorizar a los personajes; sin embargo, a veces esos dos adjetivos parecen operar de manera desconcertante. En principio son “opuestos”, pero Conrad plantea uso más sutil de las palabras, sugiriendo, como en el caso de la caracterización de Charles Gould, que es un “idealista” porque cree que los “intereses materiales” per se crearían un mundo mejor. Que los “intereses materiales” de hecho persiguen metas “ideales”—quizás incluso “cuasi-religiosas”. No es por "buena voluntad", "buenas intenciones", por "moderación" y apego a "Arcadia", que la humanidad se salvaría. La salvación vendría dejando que los “intereses materiales” impusieran sus propias virtudes intrínsecas. Es decir, una especie de “romanticismo invertido”. Y quizás más peligroso que el “romanticismo” impoluto.

"El sentido de la religión de Holroyd” (Sra. Gould) “Pero me pareció que él miraba a su propio Dios como una especie de socio influyente, que obtiene su parte de las ganancias en la dotación de iglesias. Eso es una especie de idolatría. Me dijo que daba donaciones a las iglesias todos los años, Charley.” “Él está a la cabeza de inmensos intereses de plata y hierro”, observó Charles Gould. "Ah, sí. La religión de la plata y el hierro.”9


De hecho, hay un carácter literario Conradiano. Y su forma más pura es una amalgama, una especie de Joseph Conrad, transfigurado y camuflado. Véase la descripción del magnate estadounidense Holroyd:


Era un hombre de grandes extremidades, premeditado (…) y su perfil macizo era el perfil de una cabeza de César en una antigua moneda romana. Pero sus padres eran alemanes, escoceses e ingleses, con remotas cepas de sangre danesa y francesa, lo que le dio el temperamento de un puritano y una insaciable imaginación de conquista.”10

Holroyd y Gould sellarían una alianza, por la que el estadounidense proporcionaría la monumental financiación capaz de convertir a “...la Concesión Gould...” en un “Imperium in Imperio11 conscientes de que tienen que lidiar con “...las poderosas y bien ubicadas bandas de ladrones que manejan el Gobierno de Costaguana...”12, moviendo así, más o menos sutilmente, todos los hilos necesarios:

...porque la mina San Tomé tenía su propia lista de pago “no-oficial”, cuyas partidas y montos, fijados en consulta por Charles Gould y el Señor Avellanos, eran conocidos por un destacado empresario de los Estados Unidos...”13

La “Concesión Gould” actuaría como catalizador para atraer más capital. Llega, por ejemplo:
...Sir John, viniendo de Europa para allanar el camino de su ferrocarril (…) Trabajó siempre a gran escala; había un empréstito al Estado, y un proyecto de colonización sistemática de la Provincia Occidental, envuelto en un vasto esquema con la construcción del Ferrocarril Nacional Central...14

Toda esa riqueza que brota en la “Provincia Occidental” pronto genera la envidia y la ira de los políticos y generales no “apaciguados” por la “Concesión Gould”, particularmente en la “Provincia Oriental”, provocando una insurrección armada que pronto desembocará en guerra civil.  La camarilla de extranjeros ricos y nativos ilustrados en Sulaco se moviliza para contrarrestar militarmente la amenaza de expropiación y muerte. Una de las principales figuras sostenida por los “occidentales” es:

Pablo Ignacio Barrios, hijo del alcalde de un pueblo, general de división, comandante en jefe de la Región Militar Occidental (…) Había llegado hasta México, donde peleó contra los franceses al lado (según decía) de Juárez, y era el único militar de Costaguana que se había encontrado con tropas europeas en el campo (…) jugador empedernido (…) Siempre estaba abrumado por las deudas (…) sus uniformes dorados siempre estaban empeñados con algún comerciante (…) Había obtenido el comando “occidental”, supuestamente lucrativo, sobre todo por el esfuerzo de sus acreedores (los comerciantes de Santa Marta, todos grandes políticos) que movieron cielo y tierra (…) (de lo contrario) “...todos iremos a la quiebra.” 15

También encontramos al padre Corbelán, un robusto sacerdote católico, poco ortodoxo, que no duda en negociar con bandidos para galvanizar la coalición “democrática”, consciente de que algunos de los jerarcas militares podrían no estar a la altura de la misión:

He visto a Vuestra Reverencia convertir al General Barrios con un sermón especial en la Plaza”, dijo (Decoud). “¡Qué miserable tontería! (…) Ese hombre es un borracho. ¡Señores, el Dios de vuestro general es una botella!”16 7

Antonia Avellanos, uno de los tantos maravillosos personajes femeninos de la novela, es también una amalgama:

“La señorita Avellanos, nacida en Europa y educada en parte en Inglaterra, era una muchacha alta y grave, de modales seguros de sí misma, frente ancha y blanca, abundante cabello castaño y ojos azules. (…) Don José Avellanos dependía mucho de la devoción de su amada Antonia. (…) Estaba arruinado en todos los sentidos, pero un hombre poseído por la pasión no es un arruinado en la vida.”17

“José Avellanos”, el instruido patricio con gran experiencia diplomática y un sinfín de sufrimientos y persecuciones bajo la dictadura anterior, “costaguanero” pero también amalgama, sigue aferrado a la esperanza de ver, por fin, progreso y paz en su país natal.


Entonces aparece Martín Decoud:

Cuando el general Barrios se detuvo para dirigirse a la señora Gould, Antonia levantó negligentemente la mano que sostenía un abanico abierto, como para proteger del sol su cabeza, envuelta en un ligero chal de encaje. El claro brillo de sus ojos azules deslizándose tras la franja negra de las pestañas se detuvo un momento sobre su padre, luego viajó más lejos hasta la figura de un joven de treinta años como máximo, de mediana estatura…18

Aquí nos encontramos con un joven criollo latinoamericano aspirante a intelectual (un poco a la Nietzsche)l, aspirante a poeta y escritor de panfletos, domiciliado en París (casi siempre), otra amalgama más, pero que no es un cobarde. De hecho, a pesar de todo su rechazo retórico de enemigos y amigos por igual, se convertiría en un “verdadero romántico”, persiguiendo su propia forma de “idealismo”.

La felicidad le concedería sus favores sólo en compañía de Antonia. Sin embargo, como ella se opone a mudarse a París, Martín decide “crear” otro país en América Latina, más auspicioso y tolerable…”, satisfaciendo sus intereses personales y los “intereses materiales” de los demás. “Secesión”, pues, ¡y viva la nueva República!”

Martín Decoud. “El estilo de su ropa sugería una idea de elegancia francesa; pero por lo demás era en sí un hermoso criollo español”, “Su gente se había asentado mucho tiempo en París, donde había estudiado derecho, había incursionado en la literatura, había esperado de vez en cuando, en momentos de exaltación, convertirse en un poeta como… “(…) De hecho, era un boulevardier ocioso, en contacto con algunos periodistas inteligentes…”. Esta vida indujo en él un cosmopolitismo afrancesado, pero muy poco francés, en realidad un mero indiferentismo estéril que se hace pasar por superioridad intelectual. De su propio país solía decir a sus socios franceses: “Imaginen una atmósfera de opéra bouffe....”19Él se proyectaba asimismo como un “parisino” de purca cepa; lejos de eso, más bien estaba en camino de convertirse en un anodino dilettante toda su vida.”20

¿Qué podría salvarlo de ese destino, aparentemente inevitable, de diletantismo decadente e inútil? Una cosa simple: Amor.

“Antonia, no tengo ilusiones patrióticas. Sólo tengo la suprema ilusión de un amante.” Hizo una pausa y luego murmuró de forma casi inaudible: “Sin embargo, eso puede llevarnos muy lejos”.21

Minutos después de certificar que Antonia le daría el sí, regresa a la recién visitada residencia de los Gould en Sulaco, argumentando que Antonia había perdido el sombrero, para hablar con la señora Gould. La única alternativa es la “secesión”, otro país. Su esposo no tarda en estar de acuerdo:
“Charles Gould, mirando fijamente a la pared, prosiguió sus reflexiones, sutilmente. “Le escribiré a Holroyd que la mina de Santo Tomé es lo suficientemente grande como para hacerse cargo de la creación de un nuevo Estado. Lo complaceré. Lo reconciliará con el riesgo.” 22

Ex post, las cosas se volverán más complicadas e impredecibles. Charles Gould ya había dado instrucciones de que, si la mina fuera tomada por los insurrectos, debería ser volada con dinamita -las montañas también. Un gran cargamento de plata en el puerto debe transportarse a un lugar seguro, ya que los insurrectos tienen un vapor y pueden aparecer en cualquier momento en la entrada del puerto. Nostromo y Martin Decoud aceptan liderar esa peligrosa empresa. Mientras tanto, la esposa del viejo Viola, Teresa, se está muriendo, pero antes quiere salvar a Nostromo.

Ella se rió débilmente. “Hazte rico al menos por una vez, indispensable, admirado Gian' Battista, para quien la paz de una moribunda es menos que el elogio de la gente que te ha dado un nombre tonto –y nada más– a cambio de tu alma y tu cuerpo.” 23

El Dr. Monygham, un cirujano inglés taciturno y cínico, discrepa de la opinión generalizada sobre Nostromo: “No. Decididamente, pienso que Nostromo es un tonto.”24

Juegas demasiado y nunca le dices que no a una cara bonita, Capataz”, dijo el Dr. Monygham, con astuta sencillez. “Esa no es forma de hacer fortuna. Pero nadie que yo conozca jamás sospechó que fueras pobre. Espero que hayas acordado un buen negocio, en el caso de que vuelvas de la aventura (…) ¿De qué negocio habla su merced?”, preguntó Nostromo. (…) Ilustre Capataz, por llevar sobre mi espalda la maldición de la muerte, como tú la llamas, nada más que todo el tesoro serviría.”25

Decoud, incorregible en este escepticismo, reflexionó, no con cinismo, sino con satisfacción general, que este hombre (Nostromo) se hizo incorruptible por su enorme vanidad, esa forma más fina del egoísmo que puede tomar el aspecto de toda virtud.”26

El cargamento de plata se esconderá o en una de las islas “Isabel”, y pronto será considerado como “hundido” o “perdido para siempre”. Nostromo regresará a tierra, para encabezar una misión más peligrosa, que hará de la “secesión” un hecho consumado, el “nuevo Estado”, “La República Occidental”, reconocido como tal por Estados Unidos. Después Nostromo empezará a vender lentamente la plata oculta en la isla, emprendiendo largos viajes por mar, convirtiéndose en un hombre muy rico.

Nostromo se avergüenza de ese “robo”, temiendo que, de ser descubierto, arruinaría toda su reputación. ¿Pero es realmente un “robo”? Desde una cierta perspectiva, sólo se está apropiando de su “parte” del esfuerzo para salvar la mina de Santo Tomé, lo que  facilitó la secesión, y el surgimiento de otro país. Se está apropiando de su contribución al “producto marginal” en la producción (o extracción) de una plusvalía monumental.

De ahí la posibilidad de considerar a Nostromo como una novela sobre los “intereses materiales”, sobre cómo esa omnipresente “fuerza motora”, siempre mencionada aunque no propiamente definida (innecesaria en tal quehacer literario), abarca, acapara todo. Algunos la ven como un amenaza diabólica, otros como la única manera de imponer el progreso y así reducir la anarquía y la violencia gratuita. Ingresar a la galaxia de países “civilizados” y “progresistas”, por así decirlo, abandonando para siempre los “Cincuenta años de desgobierno” anotados conmovedoramente por Don José Avellanos.

La anarquía, la corrupción y la violencia que impregnan la República de Costaguana no deben considerarse como algo peculiar de América Latina. De hecho, la dinámica de tal “República” se puede encontrar en casi cualquier otro continente de la tierra.


¿Está Conrad insinuando en Nostromo que el poder político, per se, de manera innata, engendra corrupción, debilita todo principio ético? Ese “poder” es en sí mismo un “aniquilador de la ética”, dando cabida sólo al catecismo de “hay enemigos a los que destruir, y amigos a los que recompensar”. Que cualquiera que sea el color, cualquiera que sea la dirección del viento que se aplique sobre en andamiaje del poder político, la esencia dinámica misma no se altera. Quizás al revés: La combinación de “intereses materiales” como tal necesita siempre de la “corrupción”, necesita siempre de un sistema político “flexible”, para ejercer su propio poder, para dejar que su “cornucopia” se derrame sobre todo el entramado social.

La “mina de plata de San Tomé” es el volcán que sustenta toda la estructura narrativa de la novela. Inicialmente inactivo, o más bien en estado de somnolencia, su “resurreción” por Charles Gould y el magnate financiero Holroyd, es una metáfora de esa “fábrica de dinero”, “esa usina generadora de riqueza”, que permitirá al país “despegar”, abandonar la anarquía política que genera una miseria insoportable (y viceversa), y sumarse al concierto de las “naciones civilizadas”. Sin embargo, esa misma “vuelta a la vida” del volcán genera envidia, codicia y enfrentamientos armados destinados a apoderarse de, al menos, una parte de su “lava plateada”.
 

¿Una novela “pesimista”? Es una forma de interpretarlo, pero no la única. “Realista” puede ser el adjetivo más apropiado, a veces:

Después de un Montero vendría otro, la anarquía de un populacho de todos los colores y razas, la barbarie, la tiranía irremediable. Como había dicho el gran Libertador Bolívar en la amargura de su espíritu, “América es ingobernable”. Los que trabajaron por la independencia habían arado el mar.”27

Cualquiera que eche un breve vistazo a los 50 años de historia latinoamericana después de 1904 puede no tener otra opción que la de estar de acuerdo con el narrador. 


La “densidad Conradiana”, en esta novela, y en la mayoría de sus textos, integra muchas capas de sustrato, todas ellas todavía en combustión. Incluso cuando dejamos una página, o un capítulo, lo que acabamos de leer continúa exhumando nubes de signos de interrogación, angustias secretas, ansiadas esperanzas, aunque quizás demasiado pronto defraudadas, sueños y pesadillas de países olvidados, amores pasados que se resisten a cualquier intento de borrarlos. Una de las características más destacadas de Conrad se refiere a la forma en que adorna sus figuras novelescas con carne y alma. En lugar de “crear” esas figuras, simplemente logra trasplantarlas de la realidad, tanto que en la mayoría de los casos nos subyugan a creer que “las hemos visto antes, de alguna manera, en algún lugar…” De hecho, parece como si Conrad hubiera visto a todos, vivos, que él había sido todos ellos, al mismo tiempo. Como si hubiera vivido la vida de todos sus personajes, hombres o mujeres, que hubiera estado en todos los países, en todos los pueblos, y navegado todos los mares. Y esto hay que atribuirlo a su condición de “outsider”, el ser a la vez un “forastero” y un “nativo camuflado”. Por lo tanto, Conrad mira el mundo con “cuatro ojos”.

¿Debe Nostromo ser considerada, a su vez, como una de las novelas latinoamericanas “más grandes”, “más relevantes” de todos los tiempos? Sí, la “amalgama”, su República de Costaguana podría interpretarse como una "metáfora" de la “Federación de Naciones Latinoamericanas”, el sueño incumplido de Bolívar.


No es una novela “perfecta” (¿hay alguna?), insisten muchos comentaristas, apuntando sobre todo al finale, con su acumulación de confusiones fortuitas y accidentes fatales improbables. Que así sea, pero hay esperanza:

“Si algo pudiera inducirme a volver a visitar Sulaco (odiaría ver todos estos cambios) sería Antonia. Y la verdadera razón de eso, ¿por qué no ser franco al respecto? - la verdadera razón es que la modelé sobre mi primer amor.28

Parece como si al final, esta novela “pesimista” sea, de hecho, un canto tardío a un “primer amor”. La única fuerza capaz de repeler los olores pestilentes provenientes de la todopoderosa inevitabilidad de los “intereses materiales”. Si este es otro truco literario maestro de Conrad, o si de hecho proviene de su vida íntima, seguirá permaneciendo como una incógnita. Quizás para siempre.

1Conrad, Joseph, Nostromo, Harper & Brothers, New York, November of 1904.

2 Todas las traducciones del inglés al español son del autor de este blog, salvo indicación contraria. Conrad, Nostromo, Penguin Books, 1983, Pg. 88.

3Jorge Luis Borges.

4Pg. 31.

5Pg. 211.

6Pg. 81.

7Author’s note, pg. 32..

8Author’s note, pg. 32.

9Pg. 90.

10Pg. 94.

11Pg. 140.

12Pg. 96.

13Pg. 124.

14Pgs. 124-35.

15Pgs. 159-60.

16Pg. 183.

17Pg. 143.

18Pg. 151.

19Pg. 151.

20Pg. 151-52.

21Pg. 152.

22Pg. 323.

23Pg. 226.

24Pg. 278.

25Pg. 229.

26Pg. 261.

27Pg. 177.

28Pg. 34.

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