JORGE LUIS BORGES: LA VIDA COMO ACCESORIO DE LA LITERATURA.
“Que otros se jacten de las páginas que han
escrito
a mí me enorgullecen las que he leído.” Elogio de la sombra, 1969.
( Cobertura del ejemplar comprado por el autor en
Madrid, en 1988.)
La segunda ola (allá por agosto) de 1969 ya fue
mejor gestionada. Los padres insistieron en que se desapareciera por algunos
días de la capital, encontrando alojamiento en el pueblo natal, en la casa de
una rama británico-alemana de la familia, a unos cien kilómetros de la capital.
Eran días fríos y grises, y recorríamos en bicicleta, o a pie, los caminos de
arena, entre eucaliptos y plantaciones de caña de azúcar. En una ocasión nos
encontramos con la hija de una de las familias propietarias del ingenio
azucarero, de ascendencia holandesa, quien se mostró ofuscada al conocer la
razón por la que nos encontrábamos “exiliado”: “¿Y para qué sirve toda esa
agitación política?”
Quedamos sorprendido. Más sorprendido estaríamos aun,
décadas después, cuando uno de los mejores conocedores de la obra y vida de
Borges, además de su traductor al francés, a quien recontaríamos aquel
activismo político, nos espetaría en París: “Ça serve à rien tout ça, à rien...”
Entre la joven dama adinerada del ingenio
azucarero y el intelectual en París quedó trazado por ende un sutil hilo
“borgiano”, que apuntaría a su presunto desprecio por la praxis política en
sí, a su supuesta inutilidad, actitud que, en parte, sería confirmada por Mario
Vargas Llosa, a quien Borges afirmó en una ocasión que “la política es una de
las formas del tedio”[1]. Habría que precisar de qué
“política” se está hablando, aclarando al mismo tiempo que nuestras
experiencias en aquel entonces distaban de ser aburridas. Más bien: peligrosas,
quizás inútiles, pero hasta cierto punto inevitables.
A pesar de sus controvertidos gestos con algunos
dirigentes militares sudamericanos
en la década de 1970, y a su
sincera abominación del “barullo
politiquero”, Borges sí explicitó su rechazo a
las formas más abyectas del totalitarismo y de la persecución étnica. Lo
atestiguan su relato “Deutsches Requiem”[2], o “El
milagro secreto”[3],
que transcurre en Praga en 1939 a más de su clara defensa de Israel, a través
de sus poemas, en la década de 1960.
La tercera oleada, ya de vuelta en la capital,
allá por octubre del mismo año, fue artísticamente evitada, gracias a la
amistad y la generosidad de un amigo, mayor en cinco años, que estaba en camino
de convertirse en uno de los poetas más
destacados de aquella tierra. Nos ofrece refugio por algunos días en una
residencia familiar, una villa construida a comienzos del siglo XX, de
habitaciones amplias y altas, pobladas por exquisitos muebles. Y en la mesita
al lado de la cama deposita dos ejemplares, para que me acompañaran en ese
refugio clandestino: “Antología de la literatura fantástica”, editado por
Borges en colaboración con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, primera
edición 1940, y “Ficciones” (primera edición 1944), el conjunto de relatos de
Borges que habría de cimentar su fama mundial.
De una calle de tierra con tapias bajas
Y de un alto jinete llenando el alba
(…)
Qué no daría yo por la memoria
De las barcas de Hengist[4],
Zarpando de la arena de Dinamarca
Para debelar una isla
Que aún no era Inglaterra.
Qué no daría yo por la memoria
(La tuve y la he perdido)
De una tela de oro de Turner
Vasta como la música.
(…)
Qué no daría yo por la memoria
De que me hubieras dicho que me querías
Y de no haber dormido hasta la aurora,
Desgarrado y feliz.”
La moneda de hierro (1976)
Ya orillando los ochenta años de edad, el poeta
sigue creyendo en la posibilidad del amor. Pero recién a finales de la década
de 1980 pude extraer la sabia de cada palabra en ese poema. Quien no
haya visto esas “telas de oro de Turner (Joseph Mallord William Turner, *1775- 1851) en la “Clore Gallery”, anexo de la “Tate Gallery” (ahora Tate I), en Londres, nunca podrá entrar
en el jardín esbozado por esas líneas. Entre 1988 y 1991 la “Clore Gallery” se
convirtió en nuestra sala de reposo y de re-alimentación, y Borges también
estaba ahí.
Mejor aún: navegar en “ferry” desde un puerto
danés, o incluso desde Hamburgo, al puerto inglés de Harwich, en un día de olas
soleadas esprciendo agujas heladas, para intuir lo que “Hengist” podría haber sentido,
en “aquella ocasión”. Un trayecto que hicimos con mucha frecuencia entre 1985 y
1990.
En 1999 se publica en Alemania una traducción de
gran parte de la obra poética de Borges, y el título de la crítica del libro en
el Frankfurter Allgemeine Zeitung es quizás una de las mejores
“síntesis” de la poesía del argentino:
El tercero re-encuentro con Borges tuvo lugar en
Kiel, Alemania, en una semana de junio de 1986, el día en que el diario Frankfurter
Allgemeine Zeitung anunciaba su fallecimiento, con una foto de él, de
considerables dimensiones. Estaba sentado en una silla que me permitía ver a
través de la ventana la bahía que dejaba el Mar Báltico en Kiel, en el modesto
estudio de la residencia universitaria. Quedé en silencio por largo tiempo, con
el diario sobre mis rodillas. En ese momento llegaba el barco que hacía un
servicio diario entre unas islas danesas y la capital del estado de
Schleswig-Holstein. Poco después me lo imaginé a Borges, remando en un bote
vikingo, junto a otros camaradas islandeses, recitando las estrofas de la
Völsunga Saga”:“Hann tekr sverđit Gram ok leggr i međal þeira bert”.
Despedía a algo así como un viejo amigo mayor, con
el que siempre el diálogo fue de “Usted” a “Usted”, que se iba para siempre, no sin advertirnos "...no pierda tiempo con libros inútiles, menos aun con acciones inútiles..."
Habría que esperar a mediados de la década de
1990, en París, para otro re-encuentro de significación con el escritor
argentino. Para esa época había releído algunos cuentos, sobre todo “El Sur”[6], que me pareció uno de sus
mejores, y que décadas después, habría de enterarme, él también pensaba que era
el mejor[7]. Ya no aterrizaba en sus
ajedreces literarios – que es en realidad, el substrato de gran parte de su
obra narrativa – como un extemporáneo o un habitante de otro planeta.
Allá por 1994 se realiza un acto de homenaje a
Borges en el Centre Pompidou, París, al que asistimos. A más de su
viuda, María Kodama, se encontraba Jean-Pierre Bernés, traductor de
Borges al francés y gran confidente del escritor argentino, sobre todo en sus
últimos meses en Ginebra, Suiza. Estimulados por esa celebración del escritor
argentino, habríamos de comprar un pequeño ejemplar de sus cuentos, contenidos en "Artificios", en la Shakespeare Bookshop de París.
Algunos meses después, en la Bibliothéque
Nationale de Paris (la antigua, “Richeliu”), cuya sala de lectura sigue
siendo una de las más hermosas del mundo), vimos a Bernés sentado frente a una
de las mesas, leyendo y trabajando ejemplares de la obra de Borges. Apoyada
sobre un libro, una foto del escritor argentino.
Venía con cierta frecuencia, y haciendo uso de
mucho coraje, un día lo abordé en el corredor de la entrada, e iniciamos un
diálogo. Discreción y cortesía al comienzo, y una cierta reticencia de la parte
de él, que desapareció cuando se dio cuenta de que mi francés era de nivel, y
de que no era un advenedizo en el mapa mundi de Borges. Bernés enseñaba en ese
entonces en la Universidad de París. A partir de ahí se inicia una relación
esporádica, pero estimulante, que incluye un largo almuerzo en la casa de
Bernés en París, un diminuto palacio bien escondido, que dentro parecía haberse
quedado en el siglo XVIII – como dirían, años después, otros periodistas sobre
la casa en la que pasó sus últimos años, cerca de Arcachon[8]. La sala de comer no tenía electricidad, y en
la sala de estar había un piano, sobre el que, en la ocasión de
nuestra visita, se encontraban unas fotos firmadas por Henri Cartier-Bresson,
que acababa de pasar por ahí. Al final del almuerzo hubo música, algo de Bach y
Monteverdi. Siguieron otros encuentros, y algunas tarjetas postales desde
Sudamérica, entre 1995 y 1996. Luego vinieron compromisos profesionales en
Europa del Este y Marruecos que nos alejaron de la literatura, y en parte de
París. Una última conversación telefónica en el año 2000, en la que nos
regocijamos de “nuestra” experiencia común en Marruecos (Bernés también había
enseñado en el país norteafricano). Años después, enterado del conflicto que
irrumpió de golpe entre Bernés y la viuda de Borges, ya en España, enviamos una
carta, manifestando nuestra preocupación, y el deseo de una reconciliación. No
sabemos si llegó.
Bernés habría de publicar en el 2010 un valioso
recuento de su relación con Borges, en la que encontramos algunas (pero no
todas) de las confesiones transmitidas a mediados de la década de 1990.
Muchas de las informaciones y las confidencias que
nos transmitiera Bernés en esos años no pueden ser reproducidas en este medio,
a más de la necesidad de respetar el principio de privacidad, que no fue
invocado, pero que ambos nos impusimos ad initium, per se. Esto abarca
sobre todo lo referente a los últimos meses de Borges en Ginebra, enfermo, y
muy dependiente de otros para llevar a cabo los menesteres más básicos de la
vida cotidiana.
Queda, eso sí, la devoción de Borges por las
literaturas germánicas, en el más amplio sentido de la palabra, desde el
islandés y el anglo-sajón, hasta el alemán de nuestra época. Una pasión que
excluía las aberraciones políticas y otras, que habrían de sucederse en la
Alemania del siglo XX. Pero como lo explicitó en su obra, había ahí algo así
como una gran “noviazgo platónico”, iniciado en sus años de estudiante en Ginebra.
Lo que bien podría ser considerado como el más hermoso poema jamás dedicado al
idioma alemán, lo publica Borges en una época (1972) en la que pocos, si acaso
alguno, se hubiera atrevido
El bronce de Francisco de Quevedo
(…)
Pero a ti, dulce lengua de Alemania,
Te he elegido y buscado, solitario,
A través de vigilias y gramáticas
(…)
Mis noches están llenas de Virgilio,
Dije una vez; también pude haber dicho
De Hölderlin y de Angelus Silesius.
Heine me dio sus altos ruiseñores;
Goethe, la suerte de un amor tardío,
a la vez indulgente y mercenario;
Keller, la rosa que una mano deja
En la mano de un muerto que la amaba
Y que nunca sabrá si es blanca o roja.
Tú, lengua de Alemania, eres tu obra
Capital;
(…)
Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde
De los años cansados, te diviso
Lejana, como el álgebra y la luna.”
El oro de los tigres (1972).
En el año 2008, viviendo “de paso” en Granada España, habría de registrar en mi diario otro “re-encuentro” con Borges.
¿Era Borges un escritor inglés que aterrizó por
descuido en Argentina, y en la confusión decidió escribir en español? ¿O un
argentino que naufragó en las orillas de Islandia? Donde, posiblemente, pasó una vida secreta traduciendo sus antiguos
escritos al “islandés” (o “nórdico”) antiguo, manuscritos que están en una
nueva biblioteca secreta de Babel, y que quizás salgan a la luz dentro de dos o
tres siglos.
Considerado por Mario Vargas Llosa como “acaso el
más grande escritor que ha dado la lengua española, después (Miguel de )
Cervantes (y Saavedra), y (Francisco de)
Quevedo (y Villegas)”[13], la “identidad cultural” de
Borges ha sido, y sigue siendo un debate capital. Hay muchos testimonios que,
en sus años de bachiller en el liceo “Jean Calvin” de Ginebra, no sabía todavía
en qué idioma escribiría. No cabe duda de que el español de Borges, esa
escritura de puros huesos y músculos, en ocasiones de una simplicidad
apabullante, en otras de breves resplandores austeros de oro y plata, ese
“bronce de Quevedo”, del que él hablaba, sólo pudo emerger gracias a la
convivencia tempranera con el latín, el alemán, el francés, el inglés, y luego
las antiguas lenguas nórdicas.
Muchos insisten en la “anglicidad”, “the
Englishness of Borges”[14] , que tiene en parte que ver
con el origen de su madre, pero a su vez con su formación, y esa manera very
witty de confrontar álgidos temas y de subvalorarse a sí mismo. Otros, en cambio, en su “francesidad”, o por
lo menos en estirarlo hacia la “latinidad”, como señala una carta del profesor
Duby, en la que se le solicita que intervenga en una vasta obra colectiva,
“para contrarrestar esa manía que existe de enraizarlo en la cultura
anglo-sajona”[15]
The very witty Borges quizás haya zanjado esa polémica, cuando
respondió al Presidente François Miterrand, que acaba de nombrarlo “Commandeur
de la Légion d’Honneur”:
„Esta ciudad que yo creí era mi pasado
es mi
porvenir, mi presente;
los años
que he vivido en Europa son ilusorios,
yo estaba
siempre (y estaré) en Buenos Aires.”
(Arrabal, Fervor de Buenos Aires, 1923)
Pero ya en los años ochenta, abrumado por las
hecatombes políticas y económicas de la Argentina, Borges sólo piensa en vivir
en Europa – y en morir en Ginebra[17].
De toutes les patries intimes
Qu’un homme cherche à mériter
A cours de ses voyages,
Genève me semble
La plus propice
Au bonheur.”
La Fondation
Bodmer insistió en cimentar la relación de Borges con Ginebra, comprando el
manuscrito original de “El Sur” y luego el de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, así
como dos ensayos sobre Herman Hesse y James Joyce[18]
Que mi
carne y su sombra han fatigado
Eres la más remota, y la más íntima,
Última Thule, Islandia de las naves,
Del terco arado y del constante remo,
De las tendidas redes marineras,
(…)”
No conviene olvidar al otro Borges, el “pícaro porteño”,
construyendo laberintos y rompecabezas para cobrar venganza de los infortunios
del destino (sobre todo el de la ceguera).
Urdiendo trampas lingüísticas de varios quilates de exquisitez, convencido como otros pocos de que, al comienzo, y en
el comienzo, como sentencia el Evangelio según San Juan, era la palabra. Y al
final también. Y es eso lo que queda.
Retornemos al
epígrafe que se encuentra bajo el título de este ensayo, y extrapolemos la
substancia subyacente en el texto: la
única posibilidad de ser un buen escritor, es la de haber sido, y seguir siendo
siempre, un mucho mejor lector. Esa es la gran enseñanza de
Borges para todas las generaciones a-venir, incluso si lo que entendíamos como
“literatura” sea relegada por el aparato
tecno-virtual que nos asola, más y más.
[1]„…un viejo anarquista spenceriano“ (1963) Preguntado un cuarto de siglo después, 1981, de nuevo por Vargas Llosa, si
qué pensaba sobre esa respuesta, Borges dijo, “yo diría que la palabra tedio es
un poco mansa. En todo caso fastidio, digamos. Tedio es demasiado… Es un understatement.,
„Medio Siglo con
Borges“, Mario Vargas Llosa, Alfagura 2020. También „Jorge
Luis Borges zu Mario Vargas Llosa: Auch Lesen ist Leben“, Neue Zürcher Zeitung,
19.02.2021;„Borges en su casa“. Una entrevista de Mario Vargas Llosa, Babelia, El País, 12.06.2020. Entrevista realizada en 1981.
[2]Borges, Jorge Luis, Obras
Completas, Emecé, pg. 576. Uno de
los cuentos contenidos en El Aleph, 1949.
[3]Borges, Jorge Luis, Ficciones, (1944),
Obras Completas, Emecé, pg. 508.
[4]Hengist (o Hengest, significa en anglo-sajón
“semental”, “caballo-padre”) es una figura semi-legendaria del Siglo V
después de Cristo, que aparece, por un lado, como el líder de la invasión
anglo-sajona, y danesa, del sudoeste de Inglaterra, y fundador del Reino de
“Kent”. A su vez como seguidor del rey danés Hnӕf.
[5]Frankfurter Allgemeine Zeitung,
22.03.1999. Rezension: Bellestriktik, von Heinrich
Detering.. „Für eine Minute einen Sitzplatz im Paradies“. Besprechung von Jorge
Luis Borges: „Der Geschmack eines Apfels“. Gedichte. Ausgewählt von Raoul
Schrott. Übersetzt von Gisbert Haefs und Raoul Schrott. Carl Hanser Verlag,
München, 1999.
[6]Agregado en 1956 al volumen “Ficciones”, 1944.
[7]Bernés, Jean-Pierre, “Jorge Luis Borges. La vie commence...”,
París, 2010, pg. 152.
[8]„...Jean-Pierre Bernés était l’ami, le
traducteur et l’éditeur du grand écrivain argentin Jorge Luis Borges. Sa
maison, à Audenge, regorgeait de trésors, patiemment rassemblés par cet homme
qui vivait comme au XVIIIe siècle et qui est ,ort ; cet été ; dans
l’indifférence sur le bassin d’Arcachon. « SUD OUEST, par David Patsouris, le
08.01.2021.
[9]Borges decidió visitar al escritor alemán Ernst Jünger, en su casa en
Wilfinglen, uno de los encuentros de escritores más relevantes que haya tenido
lugar en aquel siglo. Borges quiso quizás enterrar con esa visita, que fuera
solicitada al Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, algunas
apreciaciones apresuradas (allá por mediados de la década de 1930) que hizo el
escritor argentino sobre un lbro primerizo del alemán,
[10]Jünger,
Ernst. „Siebzig verweht III, 1993, pgs. 191-192.
[11]“Ernst
Jünger – Besuch von J.L.Borges”, https//:youtu.be/GsfYcflA_X49.
[12]Idem (10).
[13]“El Borges en el claroscuro de Vargas Llosa”,
www.el periódico.com, 07.07.2020.
[14]„Borges´s Englishness”, from a piece in The
London Review of Books archive by John Sturrock, originally published on
7.8.1986.
[15]Bernés, pgs. 167-68.
[16]Bernés, pg. 167.
[17]Bernés, pg. 170.
[18] Blog.fid-romanistik.de, “Jorge
Luis Borges und Genf: Eine Spurensuche”, Prof. René Schneider.
[19]Obras Completas, pg. 437.